Los hechos salieron a la luz cuando el reportero Adam Penenberg de la edición digital de la revista Forbes constató que el reportaje Hack heaven (Paraíso del hacker) era una mentira. El reportaje en cuestión hablaba de un hacker adolescente que había sido contratado por una importante empresa informática a la que había conseguido burlar el sistema de seguridad. La investigación llevada a cabo demostró que ni la empresa ni las personas citadas existían, y descubrió que el propio Glass creó una página web falsa de la empresa inventada e hizo pasar a su hermano por el director de la misma con el fin de que no se descubriera su engaño. Posteriormente, la propia revista TNR comprobó que al menos 27 de los 41 artículos de Glass publicados eran pura fantasía.
Como cabría esperar, el escándalo fue mayúsculo y quedó reflejado a la perfección en la pelicula Shattered Glass (El precio de la verdad), que recomiendo desde aquí.
Esta es una de esas historias que nos hacen reflexionar, sobre todo a aquellos que estudiamos periodismo y que vemos como nuestra futura profesión se degrada cada día un poco más. Manipular es muy fácil y hoy en día la ética y la responsabilidad de la labor periodística que tanto inculcan en las facultades (“quien miente, aunque sea en el color de los ojos, pierde” nos decía un profesor) parece que se olvida en muchas ocasiones. No se trata de casos tan drásticos y escandalosos como el de Glass, pero sí de pequeños errores, falsedades y manipulaciones que muchos medios cometen intentando defender ideas políticas o intereses económicos. O simplemente por la propia ambición de algunos periodistas, que en una profesión tan competitiva como ésta intentan hacerse un hueco de cualquier manera.
Por otro lado, esta historia debe ser tenida en cuenta porque, aparte de las reflexiones morales que suscita, significó un importante avance para el periodismo digital. Ya que fue la edición online de una revista la que destapó todo el engaño en el año 98, cuando todavía los medios digitales se encontraban en la fase inicial de su desarrollo. Puede decirse que a partir de ese momento los grandes medios tradicionales tomaron conciencia de la nueva realidad periodística que estaba surgiendo y consolidándose en Internet. Una relativamente pequeña publicación online había dejado en evidencia a una de las revistas más importantes y prestigiosas de EEUU. Incluso algunos bautizaron este acontecimiento como la “mayoría de edad” del periodismo digital.
Precisamente son estos “nuevos medios” los que han democratizado la información. La opción de enlazar directamente a la fuente y las posibilidades de interacción del usuario han convertido a los ciudadanos en guardianes del rigor periodístico. En la inmensidad de la red la información fluye y al lector ya no se le engaña tan fácilmente. Éste puede investigar, contrastar y participar directamente en el medio, al que no duda en corregir o reclamar ante el más mínimo error. Y es que si el periodismo es una labor social hecha para los ciudadanos, es lógico que éstos puedan participar en ella y defiendan su derecho a ser informados con exactitud y veracidad.